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La vida, en su esencia, se nos presenta como un constante juego de opuestos. Desde el día y la noche, el calor y el frío, hasta nuestras propias experiencias internas: la alegría y la tristeza, la valentía y el miedo, el deseo de descanso y el impulso de la acción. Vivimos inmersos en un mundo de polaridades, y nuestra conciencia, por naturaleza, tiende a dividir la realidad en estos pares de contrarios.
Este proceso de diferenciación es fundamental para nuestra experiencia, para elegir, para definirnos. Sin embargo, a menudo, nos lleva a una lucha interna. Preferimos un polo (la alegría, la acción, la seguridad) y rechazamos con fuerza el otro (la tristeza, el descanso, la incertidumbre). Pero, ¿qué sucede cuando negamos o intentamos eliminar una parte de esta realidad?
Tal como señalan Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke en "La Enfermedad como Camino", "un polo, para su existencia, depende del otro polo. Si quitamos uno, desaparece también el otro." [Dethlefsen T. y Dahlke R. 1983]. Cuando luchamos por ser "siempre positivos" y reprimimos la tristeza, o cuando nos exigimos estar siempre activos y negamos la necesidad de pausa, estamos incitando dirigirnos a un solo polo, lo que promueve un desequilibrio interno. Esa parte rechazada no desaparece; se convierte en una tensión, en un conflicto silencioso que puede manifestarse de diversas maneras.
La enfermedad, en este sentido más amplio, puede ser el reflejo de esta lucha interna. Cuando nuestra conciencia no logra integrar estos polos opuestos, cuando estamos divididos/as entre lo que queremos ser y lo que somos, entre lo que nos permitimos sentir y lo que juzgamos como "negativo", esa polaridad se convierte en una fuente de fricción. Y es en ese punto donde el cuerpo, o nuestras circunstancias, nos dan una señal. "Enfermedad es polaridad, curación es superación de la polaridad" [Dethlefsen T. y Dahlke R. 1983].
La paz y el bienestar no se encuentran en la eliminación de un polo, sino en la superación de la polaridad, en la integración. Más allá de esa división constante entre "esto o aquello", existe la Unidad, ese "Uno que todo lo abarca, en el que se aúnan los contrarios" [Dethlefsen T. y Dahlke R. 1983]. Alcanzar esa unidad no significa no sentir más emociones opuestas, sino poder verlas como parte de un todo, aceptarlas sin juicio y entender su interdependencia.
Pensemos en ejemplos cotidianos: ¿Sientes un conflicto entre tu deseo de independencia y tu necesidad de conexión? ¿Entre la exigencia de ser productiva y la de darte espacio para el ocio? Cada uno de estos "tira y afloja" internos es una invitación a la integración. Al reconocer ambas partes, al darles un lugar, disminuye la tensión y la energía que antes usabas en la lucha, se libera para tu crecimiento.
El ego, nuestra parte individualizada, a veces nos hace "imposible percibir, reconocer o imaginar siquiera la unidad o el todo en cualquier forma" [Dethlefsen T. y Dahlke R. 1983]. Pero es precisamente el camino de nuestro crecimiento el que nos invita a ir más allá de esa percepción limitada.
Para profundizar, pensemos en cómo estos polos que parecen irreconciliables son, en realidad, dos caras de una misma cosa. El calor y el frío son escalas de la temperatura; el blanco y el negro, matices del color; el amor y el miedo, extremos de nuestros estados emocionales. Cualquier entidad, concreta o abstracta, se encuentra sumida junto a su contrario, en una incesante transformación e interdependencia. La vida misma es un constante fluir entre ellos: la evaporación del agua después se convierte en lluvia, la nutrición de los seres vivos no impide su descomposición, y el crecimiento vegetal en primavera precede a la caída de las hojas en otoño. Ambos también adquieren diversos matices entre sí: ¿Cuántos grados existen entre el frío y el calor? Un objeto puede estar hirviendo o solo tibio.
Cuando abrazamos esta perspectiva, el conflicto y la oposición dejan de ser obstáculos. Se convierten en catalizadores para el crecimiento y el equilibrio. Así como un desafío en nuestra economía (no tener plata para un viaje) puede transformarse en un proceso de búsqueda y acción que abre nuevas posibilidades (generar actividades que antes no hubiesen existido), cada aparente contradicción en nuestra vida puede ser una invitación a una síntesis, a una nueva forma de ser y de actuar que nos enriquece.
En tu Camino, la meta no es eliminar tus conflictos internos, sino aprender a dialogar con ellos. Aceptar que la dualidad es parte de la experiencia humana, y que tu Riqueza Interior se construye al integrar todas esas facetas. Al hacerlo, te acercas a la Unidad que te permite vivir en mayor armonía contigo misma y con el mundo.
Observa esos momentos en los que sientes que te estás "luchando" contigo misma. ¿Qué polaridad está en juego? Empezar a reconocerlos es el primer paso hacia la liberación y la integración.